martes, 24 de febrero de 2009

Invocación al Señor de las Sombras

Otro conjuro para invocar al Maligno, en esta ocasión extraído de la novela juvenil de género fantástico El Dueño de las Sombras, de Care Santos. La historia, contada por un narrador muy especial, comienza con la misteriosa desaparición de una de las hermanas Albás, familia maldita desde que siglos antes uno de sus miembros pactase con el demonio. La invocación utilizada en ese pacto es la siguiente (importante situarse dentro de una estrella de David perfectamente dibujada en el suelo mientras se pronuncia):

"Lucifer, Belcebú o Astarot, Príncipe del Mundo, yo te imploro, oh, patrono, Señor de todos los espíritus, y te entrego mi alma, mi corazón, mis vísceras, mis manos y mis pies, todo mi ser. Oh, Gran Señor, dígnate serme propicio en la labor que te voy a encomendar."

-Care Santos, El Dueño de las Sombras, Barcelona, Ediciones B, 2006, pp. 351-352.

sábado, 7 de febrero de 2009

Exhortación a las criaturas vascas de la noche

"La dama de Urtubi" es un cuento bastante extenso de Pío Baroja sobre el célebre caso de las brujas de Zugarramurdi. Circula entre el relato histórico, la narración de aventuras y el estudio antropológico, y su división en capítulos sugiere que podría tratarse del borrador de una novela nunca escrita. En un punto del cuento (como no podía ser de otra manera) se nos describe un aquelarre, en el cual participa un picaresco poeta llamado Cahusac que pone su musa al servicio de la ocasión. Realmente, el conjuro en sí empezaría a partir de "¡Hadas! ¡Silfos! etc.", pero como la parte anterior pone en contexto el conjuro, además de poseer un difuso aire de invocación, transcribo todo el parlamento:

"...Ahora, en este momento en que toda la vida oscura de la Naturaleza palpita en el misterio; en que se oyen los mil ruidos furtivos de la noche; en que el agua de este arroyo va llevando su canción mixta de alegría y de queja al mar... Ahora que en el negro cielo tiembla una estrella de plata; ahora que el terrible Basojaun lanza su mirada roja por entre las ramas del bosque; en que la Leheren-suguia de las cuevas pirenaicas extiende sus siniestras alas por el aire, y la corneja lanza su grito agorero en las selvas; ahora, el poeta oye la voz de la soledad, la voz del silencio, que se levanta como la vaga niebla del amanecer, y dice a sus vasallos, a la terrible fauna que puebla el inquieto imperio de la noche: ¡Hadas! ¡Silfos! ¡Sorguiñas! ¡Baso-jaunes! ¡Lamias!, que peináis vuestros cabellos de oro en los arroyos de Zugarramundi. ¡Espíritus del viejo solar vasco! ¡Andad! ¡Corred por las perfumadas vertientes del monte Larrum! ¡Despeñaos por entre las rocas! ¡Marchad volando por los regatos, y rendid homenaje a las bellas damas que adornan esta selvática morada! Vosotras, sabias hechiceras, envejecidas en el estudio de la ciencia de los sortilegios, sacad de las hierbas los perfumes más dulces, los néctares más enervadores, que hagan olvidar el nepenthes griego; dadnos en el fondo del baso la alegría para correr en locas rondas por los prados virgilianos, el corazón ligero para amar a nuestras compañeras y el ingenio sutil para tejer en su honor pensamientos sublimes..."

-Pío Baroja, "La dama de Urtubi", en Cuentos, Madrid, Alianza, 2004, pp. 222-223.