sábado, 1 de septiembre de 2007

Una condenación

(La Condesa acudió a la persona indicada para vengar a su hija de la maldad del capellán. Cuando le pregunta a la saludadora si conoce cómo hacer condenaciones, ya sabe que la respuesta será afirmativa. Un espejo, siete hojas del breviario del sacerdote y unas pocas palabras le bastan a la anciana para tejer un efectivo maleficio. Esta escena nos la describe Valle-Inclán, conocedor del folclore gallego y aficionado de joven al espiritismo, en "Beatriz ", uno de los cuentos recogidos en Jardín umbrío.)

¡Satanás! ¡Satanás! Te conjuro por mis malos pensamientos, por mis malas obras, por todos mis pecados. Te conjuro por el aliento de la culebra, por la ponzoña de los alacranes, por el ojo de la salamántiga. Te conjuro para que vengas sin tardanza y en gravedad de aqueste círculo del Rey Salomón te encierres, y en él te estés sin un momento te partir, hasta poder llevarte a las cárceles tristes y escuras del Infierno el alma que en este espejo agora vieres. Te conjuro por este rosario que yo sé profanado por ti y mordido en cada una de sus cuentas. ¡Satanás! ¡Satanás! Una y otra vez te conjuro.

(Ramón del Valle-Inclán, "Beatriz", en Jardín umbrío. Historias de santos, de almas en pena, de duendes y ladrones, Miguel Díez Rodríguez (ed.), Espasa-Calpe, Madrid, 1992, p. 102.)

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